La escena podría parecer un guión perdido de una comedia romántica de Hollywood, pero ocurrió en la vida real, dos de las mayores estrellas de cine de los años 90, Sylvester Stallone y Richard Gere, quedaron al borde de una pelea y la figura central, sin proponérselo, fue la princesa Diana.
El episodio, reconstruido a partir del testimonio de David Furnish, esposo de Elton John, forma parte del libro Dianaworld: An Obsession, de Edward White, del que People publicó un extracto exclusivo.
Un triángulo inesperado en una fiesta privada
La anécdota remite a una fiesta celebrada en la casa de Elton John a mediados de los años 90, en un momento en el que Diana y el príncipe Carlos ya se encontraban separados. Stallone habría llegado con una intención muy específica, según recordó Furnish, con la intención expresa de pasar tiempo con Diana. Pero se topó con Richard Gere, quien ya estaba en plena y animada conversación con ella. La escena se tornó rápidamente tensa.

Furnish narró que en un momento de la velada encontró a Stallone y Gere “enfrentándose, aparentemente a punto de resolver sus diferencias sobre Diana con una pelea a puñetazos”. La frase que se le atribuye a Stallone para manifestar su indignación fue directa: “No me habría molestado en venir si hubiera sabido que el maldito Príncipe Azul iba a estar aquí”.
Este momento encapsula lo que Elton John describió como el “Efecto Diana”: un fenómeno por el cual los hombres heterosexuales, incluso aquellos acostumbrados al vértigo del estrellato, perdían toda compostura ante su presencia.
Stallone, Diana y una niña llamada Tracy
La atracción de Stallone por la princesa no fue un hecho aislado. Tessa Baring, quien formaba parte de la organización benéfica Barnardo’s, relató otro episodio en un almuerzo oficial en Londres. Según su testimonio, Stallone insistió en sentarse junto a Diana, aunque se le negó el lugar. En cambio, lo ubicaron al lado de una niña llamada Tracy, que se encontraba justo junto a la princesa.
Diana manejó la situación con astucia: inclinándose hacia el actor, le formuló preguntas sobre su vida sentimental que atribuyó a la curiosidad infantil. “Tracy y yo queremos saber si estás casado”, le dijo con tono de complicidad, y así logró descomprimir el interés invasivo del actor, protegiendo al mismo tiempo el protocolo del evento.
Hasnat Khan: la excepción al “efecto Diana”
El magnetismo de Diana no era un cálculo ni un rol interpretado: según quienes la rodeaban, era algo que simplemente ocurría. Pero hubo una excepción que se convirtió en un punto de inflexión emocional. Se trató del cirujano Hasnat Khan, a quien conoció en 1995 en el Hospital Royal Brompton mientras atendía al esposo de una amiga.
A diferencia de otros hombres en su entorno, Khan no mostró signos de querer impresionarla ni pareció intimidado por su estatus. Esa actitud fue determinante, el desinterés inicial avivó el deseo de Diana.

La relación, que se desarrolló en secreto durante casi dos años, se sostuvo sobre esa base de normalidad y privacidad que tanto ansiaba. El vínculo con Khan, según las fuentes citadas por White, permitió a Diana experimentar un tipo de intimidad ausente en sus relaciones anteriores.
En paralelo a esa vida privada cuidadosamente oculta, Diana intensificó su rol público como figura afectiva y empática. En noviembre de 1995 apareció en el programa Panorama, entrevistada por Martin Bashir, y allí expresó de manera elocuente cómo vivía su misión emocional.
Describiéndose como una “reina de los corazones de la gente”, habló de su necesidad de ofrecer cariño allí donde sentía que no lo había. “Sé que puedo dar amor durante un minuto, media hora, un día, un mes”. Explicó que sentía un llamado a hacer que los demás se sintieran importantes, a apoyarlos, a darles luz en sus túneles oscuros. El subtexto era tan claro como elocuente, ella misma había gozado de ese tipo de amor de manera efímera.
Un aura que excedía el protocolo

El episodio con Stallone y Gere no fue una simple anécdota de celebridades compitiendo por la atención de una mujer famosa. Ilustra el tipo de energía que Diana generaba a su alrededor: una mezcla de atracción, fascinación y desconcierto que, en algunos casos, se tornaba abrumadora. El “Efecto Diana”, como lo bautizó Elton John, atravesó generaciones y clases sociales, desde actores taquilleros hasta cirujanos introvertidos.
Pero, al mismo tiempo, este magnetismo fue también una carga. Mientras proyectaba luz hacia los demás, Diana experimentaba con frecuencia la oscuridad de no sentirse correspondida. Fue esa tensión, entre su deseo de dar amor y su imposibilidad de recibirlo de manera estable, la que marcó buena parte de su vida emocional hasta su trágica muerte en 1997.
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